Ya en la época de la colonia, había cierto respeto de la cultura europea, bien infundido por sus elementos extraños, y el sentimiento de miedo con que eran esclavizados los aborígenes locales. Triste, pero cierto: ahí tiene su origen este fenómeno en nuestro país.
Pasados unos años, y tras varias campañas al desierto -que liquidaron numerosas poblaciones indígenas-, nos podemos posicionar en los albores del siglo XIX, donde, junto con la independencia, se pretendía instaurar una monarquía, importando descendientes de la corona francesa para lograr este cometido. Afortunadamente, para nuestra identidad nacional, este intento falló.
A lo largo de aquel centenario, fueron numerosos los pensadores ilustres nacionales, que, como Sarmiento, y otros miembros de la famosa Generación del '37, propugnaban una suerte de nueva desertización, ya no a través de la violencia, sino por medio de la muerte a las culturas nativas. Las consideraban claramente inferiores a las europeas, y en adelante debía buscarse construir una identidad argentino-europea o argentino-estadounidense. "Se trataba de una inferioridad de raza, que debía tratar de subsanarse".
Así también, podemos poner como uno de los motivo de las inmigraciones de fines del 1800 - además del poblamiento- la búsqueda de exponentes foráneos, para refinar nuestra sangre y bienes inmateriales. Por mala suerte, vinieron a nuesro país jóvenes iletrados, buscando un mejor futuro, lejos de aquellos ciudadanos ilustres que esperaban recibir nuestros puertos.
Desde aquel entonces, y hasta la actualidad, hemos plagiado muchos elementos extranjeros en nuestras estructuras gubernamenales, plexos normativos, sistemas educativos, modelos económicos, tecnologías, etc., alcanzando hasta las más grandes frivolidades como lo son los formatos de programas de televisión. Todo ello,con un gran inconveniente: nunca se trató de adaptar todo aquello a las las particularidades de nuestra sociedad. Así planteadas las cosas, era obvio que estas copias mal implementadas estaban, en la mayoría de los casos, destinadas al fracaso o a la mediocridad.
Con todos estos antecedentes, llegamos a la actualidad donde ver, escuchar y tener contacto con un extranjero parece ser más interesante para un argentino, que enriquecerse con las tradiciones, costumbres e historia milenaria de los pocos descendientes de nuestros nativos originarios que quedan vivos, o en su defecto, de los primeros gauchos de nuestras tierras.
Cabe reflexionar: ahora que nos encontramos cerca del bicentenario de nuestra independencia, ¿no será momento de cerrar nuestras fronteras, y fortalecer nuestro bagaje propio?
Emmanuel García